¿Podremos superar el aburrimiento que regala el fútbol de todas partes?
Los partidos se parecen demasiado (en casi todas las ligas). Hay excepciones, por supuesto. Pero apenas se pone a rodar la pelota es inevitable imaginarse qué podría llegar a ser emotivo en un cotejo.
Entre nosotros, salvo la ingeniería que recuperó Vélez tras la renovación del plantel y cierta armonía que logró instalar Barros Schelotto (no nos olvidamos de que el bueno de Alfaro consiguió en Arsenal algo muy similar a lo de Garecca) no nos abandonó el esperar la corrida por el lateral, el centro, la decisión del línea para bien o para mal; o el golpe innecesario en mitad de cancha; o los agarrones desaforados en los córners...
El fútbol se alejó groseramente de la idea de juego. Se planifica para el off side, para la pelota parada.
Molesta ver cuánto tiempo pierde un jugador en elegir adónde mandar la bol. O a quién dársela. Y el arquero que la manda arriba, a dividir (rezando).
Hay una alternativa que nos entusiasma desde hace tiempo. Se trata de promover la dinámica, la continuidad en el juego.
Un equipo debería salir a la cancha preprogramado. Es decir, un jugador ya sabe de antemano a qué otros dos compañeros va a pasarles el esférico. Y aquel duo se ubica para recibir el pase. A su vez, el que resulta receptor busca sin demora a los dos que le están asociados en el esquema que dibujó el DT.
Eso tanto para ataque como defensa. Y hasta para el golero.
Las estrategias que defina el técnico podrán renovarse para cada 45 minutos.
Los entrenamientos deberán dar la mayor importancia a estas triangulaciones. En ofensiva como en recuperación o desarme.
Ahorrar el tiempo que insumen las indecisiones ayudará a agilizar el trámite de juego y reforzará la predisposición del jugador porque ya sale con un plan al que debe responder con el mayor esfuerzo en bien de todos.