Martín Caparrós publicó en "Olé" algo así:
Jugadores que no saben qué
hacer con la pelota, jugadores que saben que no saben qué hacer con la
pelota y se esconden para no recibirla: mediocampistas que se refugian
detrás de un contrario y no la piden; atacantes que no se mueven o,
peor, son incapaces de pararla si alguien tiene la mala idea de tirarles
un pase. Y, para colmo, la mayoría de los equipos no
tiene ni un solo jugador con el que el hincha sienta esa empatía que le
hace ir a verlo, identificarse, esperar de él los pequeños milagros que
le renuevan el gusto por el fútbol.
Los dirigentes consiguieron que tengamos
un fútbol degradado, aburrido de ver: muy aburrido. Lo decía Diego Latorre:
el fútbol argentino se vació, cada vez resulta más difícil ver un
partido entero. Lo sé: durante estos meses hice esfuerzos por soportar,
vía internet, muchos de esos bodrios –y, en general, no lo logré.
Pero
parece que nadie reacciona. Los capitanes de la AFA, en todo caso, no
reaccionan. Los dirigentes de los clubes no reaccionan. Los jugadores no
reaccionan. Los periodistas no reaccionan suficiente. Y el público
recién empieza a reaccionar. Pero me parece que cuando reaccione
proporcionalmente al bodrio que nos ofrecen los partidos va a ser tarde:
no va a quedar ni el loro.
Es difícil saber por qué estamos así.
Latorre lo atribuye a
que perdimos la pasión porque ya no se juega para gustar sino sólo para
ganar –y a los tumbos. Yo creo que eso sucede porque no hay jugadores:
cuando todos los pibes de mediocre para arriba se van a Europa, a
México, incluso a Chile o a Brasil, sería raro que pudiéramos ver buen
fútbol. O, siquiera, fútbol intenso, apasionante. No es casualidad si
últimamente lo más emotivo es la pelea por los descensos; no por ser
mejor sino por ser un poco menos peor que los otros: todo un símbolo.
Hay
quienes dicen que los dirigentes se confían porque el fútbol se hizo
ñoqui: que, como ahora está pagado por el Estado, pase lo que pase, ya
no necesita seducir para seguir funcionando. Yo no estoy convencido,
pero sí creo que si no intentan algo para rescatarlo esto se hunde. El
domingo, en la Bombonera, había poca gente: mucha menos que de
costumbre. Recuerdo –pero no recuerdo bien cuándo fue– tiempos en que
los jugadores no podían emigrar antes de cierta edad: no se los impedían
del todo, pero los obligaban a devolver durante un par de años lo que
habían recibido en formación. Quizás así se podrían armar equipos
levemente más dignos –evitar, por ejemplo, que ya se esté hablando de la
venta de Leandro Paredes, un pibe de 18 que jugó tres medios partidos y
todavía no metió un gol en la Primera de Boca.
Porque plata para
conseguir que los jugadores jueguen acá no hay: parece claro que no
hay. Así que la otra opción sería aceptar una medida a tono con la ola
proteccionista: prohibir que pasen por televisión fútbol inglés y
español –y que lo reemplacen, si es preciso, con partidos italianos y
uruguayos. Con el tiempo vamos a empezar a creer que el fútbol es eso, y
vamos a ir a aburrirnos a la cancha más tranquilos, anestesiados,
resignados. El fútbol bodrio, entonces, habrá terminado de triunfar.